domingo, mayo 22, 2011

Camboya, 1975-79: el culto a la muerte

El poder de los Kmer rojos en Camboya permite sin ningún resquicio de duda contemplar en su expresión más extrema y total, la degradación de la condición humana de la cual el stalinismo y el maoismo fueron antecedentes.pero allí se llegó al límite.

En China hubo 20 millones de muertos en los campos de concentración, pero estaba prohibida la tortura física (no la psicológica) y era raro el fusilamiento: la gente infraalimentada moría de hambre, de agotamiento y de enfermedad. Era obvio que el poder sabía que así terminarían sus rehenes, pero de alguna manera dejaban un resquicio de defensa: morían por su culpa, no en manos de sus captores.

El Gulalg era una empresa productiva de varios millones de esclavos que trabajaban en condiciones de penuria extrema y morían de frio, hambre y agotamiento. “culpa suya” dirian los guardianes. Stalin fusiló a “solo” dos millones de rusos: los otros cuarenta murieron de hambre con la colectivización rural, en los “traslados” de pueblos enteros a Siberia, en la construcción de canales, ferrocarriles, en la tala de bosques, en las minas: murieron “produciendo” riqueza, lo cual indicaba que había cierta preocupación por no acelerar la muerte de prisioneros tan útiles. El 10% de la economía soviética se basaba en estos esclavos: nadie mata a los esclavos, se le mueren de agotamiento, hambre, frío, enfermedades o se suicidan.

Además, hay una cierta “discriminación”: en la URSS no todas la categorías eran enemigas: la represión se centraba en ciertas etnias (tártaros, alemanes), categorías sociales (kulaks, vagabundos) , políticas (opositores socialistas o anarquistas, purgas periódicas) y solo excepcionalmente se reclutaban esclavos al azar (aunque hubiera ciertamente casos así).

Se lee en capitulo sobre Camboya de El Libro Negro del Comunismo, escrito por Jean-Louis Margolin:

“En la Kampuchea democrática no había cárceles, ni tribunales, ni universidades, ni institutos, ni moneda, ni correos, ni libros, ni deporte, ni distracciones…En una jornada de 24 horas no se toleraba ningún tiempo muerto. La vida cotidiana se dividía del modo siguiente: doce horas de trabajo físico, dos horas para comer, tres horas para el descanso y la educación, siete horas de sueño. Estábamos en un inmenso campo de concentración. Y no había Justicia. Era el Angkar el decidía todos los actos de nuestra vida “



“Debía acostumbrarse uno a la desaparición total de la enseñanza, la libertad de desplazamiento, del comercio lícito, de la medicina digna de ese nombre, de la religión, de la escritura, así como la imposición de estrictas normas indumentarias ( blusa negra, de largas mangas , abotonadas hasta el cuello) y de comportamiento ( nada de demostraciones de afecto, nada de peleas o de injurias, ni de quejas ni de lagrimas). Había que obedecer en forma ciega a las consignas, asistir (fingiendo escuchar) a las interminables reuniones, gritar o aclamar cuando se ordenaba, criticar a los demás y autocriticarse. (…) Es comprensible que los primeros tiempos del régimen hayan estado marcados por una epidemia de suicidios”

(...)

“El horror no necesita cifras para resultar obvio. (…) Lo que queda por cuantificar, es comprender lo siguiente: si ninguna categoría de la población se salvó ¿cuál era la más apuntada?¿Donde y cuando ocurrió eso?¿Como situar la tragedia de Camboya entre todas las de este siglo XX, y en el seno de su propia historia?”



Los diversos estudios varían en la estimación de víctimas entre uno y dos millones, para una población sobreviviente, en 1979, de 5.200.000 habitantes. Aun en 1990 no se había superado la cantidad de habitantes de 1970: una catástrofe humanitaria única, con cerca de un 20% de la población asesinada.

“La ruralización forzosa de los habitantes de las ciudades causó, como máximo, 400,000 víctimas, probablemente menos. La ejecuciones son el dato más inseguro, y su cifra media gira en torno a unas 500,000. (…) Las enfermedades y el hambre fueron, sin duda, las causas de mortalidad más importantes, con unos 700,000 probablemente por lo menos. Sliwinski señala la cifra de 900,000, incluyendo en ella las secuelas directas de la ruralización.”


La “política” de desarrollo económico produjo la reducción en un 50% del área de cultivos. Cuenta un testigo:


“ A ambos lados del camino se extendían hasta el infinito arrozales baldíos.

Busqué inútilmente labores de trasplante. Nada, salvo un grupo de muchachas al cabo de una decena de kilómetros.

¿Dónde estaban los cientos de jóvenes de brigadas móviles de las que hablaba todos los días la radio?

De vez en cuando, grupos de hombres y mujeres deambulaban, con aspecto ausente y un hatillo a la espalda. (…) Estos antiguos habitantes de las ciudades habían sido enviados en un primer momento, a las regiones desheredadas del sureste, donde frente a la indigencia total, debían hacerse una “nueva concepción del mundo”. Y, mientras tanto, las regiones fértiles permanecían sin mano de obra. La gente se moría de hambre en todo el país ¡y solo se explotaba una quinta parte de las tierras sembradas!

¿ A dónde había ido a parar la antigua mano de obra que trabajaba en aquellas tierras? Muchas preguntas quedaban sin respuesta.”



La clave proyecto económico eran las grandes obras de regadío, diques y canales: “Muchas obras se las llevó la primera crecida, hicieron discurrir o fluir el agua contra su sentido natural, encenegaron en unos meses. “las obras eran dirigidas no por ingenieros- clase de intelectuales despreciada como todas las demás- sino por campesinos sin experiencia. La Oficina Central – con fatal arrogancia de la omnisciencia- determinaba los calendarios de las tareas agrícolas desde lejos, independientemente de las condiciones locales. Se talaban árboles frutales – que cobijaban gorriones- dejando así sin alimento a los campesinos. “Junto a esto, mandos distantes, nimbados de omnipotencia, que apenas trabajaban con sus subordinados y daban órdenes sin tolerar la menor discusión”.

El resultado fue que la ración histórica de Camboya, de 400 gramos por día para un adulto, se transformó en menos de 250 gramos…cuando se la podía conseguir. El mercado negro adquirió un valor vital, lo mismo que la búsqueda individual de alimento, globalmente prohibida. La gente robaba alimentos públicos, los pocos gallineros privados y emprendía una caza de cangrejos, ranas, caracoles, ratas, lagartos, serpientes junto con brotes y tubérculos del bosque que devoraban crudos y fueron causa de gran número de muertes.

El hambre, obviamente, era el mejor argumento para obtener la sumisión total de una población debilitada, a fin de desterrar toda idea de fuga o resistencia.

“ La subalimentación crónica, que debilitaba los organismos, favoreció el conjunto de enfermedades (en particular la disentería) y acentuó su gravedad.” El edema generalizado por el aporte de excesiva sal, hacía su obra. “ Esta muerte relativamente tranquila (uno se debilita, luego zozobra en la inconciencia) acabó siendo tenida como envidiable por algunos”.

Los enfermos eran sospechados de holgazanería: “los hospitales eran lugares de eliminación de la población más que de curación”: allí se reducía la ración a la mitad y la falta de higiene propagaba infecciones letales.

El canibalismo se hizo presente. Era una practica aceptada entre los Kmeres rojos: “ En una cárcel se cuenta la extirpación del feto de una embarazad asesinada,. El feto se tira, y el resto se lo llevan acompañándolo con la siguiente reflexión, ”Para esta noche ya tenemos carne suficiente”!.(…) En este recurso a la antropofagia ¿no estamos ante un caso límite de un fenómeno mucho más general: el hundimiento de los valores, de los puntos de referencia morales y culturales, y en primer lugar de la compasión, virtud tan cardinal en el budismo? Paradojas del régimen de los Khmer rojos: afirmó querer crear una sociedad de igualdad, de justicia, de fraternidad, de olvido de uno mismo, y, como los demás poderes comunistas, provocó un frenesí inaudito del egoísmo, del cada uno para sí, de la desigualdad convertida en poder, de la arbitrariedad. Para sobrevivir, en primer lugar y sobre todo, había que saber mentir, robar y permanecer insensible”.

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