domingo, junio 14, 2009

Yoani sobre la salida de Hilda Molina de Cuba

Hilda Molina y yo compartimos un par de raros “privilegios”: ambas fuimos aludidas en el prólogo del libro Fidel, Bolivia y algo más y a las dos se nos negó -en varias ocasiones- el permiso para salir de Cuba. En el caso de ella, las autoridades migratorias justificaban la negativa con su pasado como científica. Hacían correr el rumor de que conservaba información clasificada, que no debía saberse fuera de nuestras fronteras. Muchos sospechábamos, sin embargo, que ese no era el verdadero motivo para mantenerla aquí, sino el capricho de un hombre que exigía su reclusión forzada.

Mi “crimen” está ubicado en el futuro, en esa porción del mañana donde ni el conocido prologuista ni las limitaciones para salir de la Isla existirán ya. Mi retención no parte de lo que hice, sino de lo que podría hacer; la “culpa” recae sobre esa ciudadana que todavía no soy pero que se está incubando en este blog. De todas formas, el castigo ha sido el mismo para ambas, porque un sistema basado en los límites, los controles y las clausuras, sólo sabe penalizar con el encierro. Para Hilda esa sanción acaba de terminar; aunque un reo nunca vuelve a dormir tranquilo ante el temor de retornar a la celda.

Estoy feliz por su familia y por ella, pero afligida por la existencia de esos que deciden quién sale y quién entra de Cuba. Me da pena que la reunificación de alguien con los suyos, dependa de una larga negociación entre partidos, gobiernos, presidentes. Veo a una mujer envejecida que finalmente podrá conocer a sus nietos y a la que nadie resarcirá por tantos años de soledad y angustia. Sólo me queda sugerirle que no almacene resentimiento contra sus carceleros, pues ellos están presos hoy de su poder, su miedo y la inevitable cercanía de su final.

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