viernes, enero 23, 2009

Reedición de un post mío de 2005

Ante tanta fiesta antisemita, revestida de pacifismo, antisionismo y progresismo, me permito desempolvar un viejo artículo mío, sobre una realidad que siempre cambia y siempre es la misma.


domingo, mayo 29, 2005
Auschwitz: motivos para la memoria

Una recorrida por los foros de la web y los textos de diversos sites, me ha hecho reflexionar seriamente sobre el error en que viví hasta ahora.
Yo creía, ingenuamente, que se había cometido una tremenda injusticia contra los judíos durante la segunda guerra. Y creía que dicha injusticia la había cometido el régimen nazi y, debo confesarlo, creía también que dicha injusticia fue…comprendida, ¿avalada? por alguna parte del pueblo alemán. Esto último siempre revulsionó mi conciencia democrática, por que hasta cierto punto esto suponía una agresión, una acusación a una comunidad, un pueblo, exactamente lo mismo que yo condenaba en el caso de la matanza al pueblo judío. ¿No estaba yo matando al pueblo alemán al acusarlo de complicidad con el exterminio a los judíos? ¿No era yo, no en acto aunque si en potencia un exterminador, un antigermánico, un propiciador de la “solución final al problema…alemán”?
Es por eso que, cautamente, guardaba esos sentimientos.
Lo innegable para mi era que un régimen político, el nacional-socialismo, había imaginado, planeado, ejecutado y ocultado la más cruel, masiva y discriminada matanza de la Historia. Un plan siniestro que condenaba a la muerte por gas, fuego, hambre, frío o fusilamiento y por el solo hecho de pertenecer a una etnia, a todos sus miembros: hombres, mujeres, ancianos, niños, enfermos o sanos, locos o cuerdos, buenos o malos.
Una afrenta que la Humanidad no perdonaría jamás.

Qué equivocado estaba, por Dios!
En realidad las cosas no fueron así, las cosas nunca son fáciles ni claras, ni evidentes, nos insinúan ahora los bienpensantes.

Primero. ¿Existió tal masacre? Me dicen que es casi un invento, un imposible técnico: dilapidar tantos recursos en un plan tan inútil para la marcha de la guerra de Alemania contra los aliados. Exageraciones creíbles porque, en efecto, los judíos habían sido objeto real de persecución en la Alemania de la preguerra y no gozaban de la simpatía del régimen. Pero de ahí a pensar en un plan de exterminio, hombre!...
Lindo argumento. Casi lo compro. Me imagino así a todos los primos de mis padres y sus hijos y nietos vivos, felices, en algún lugar de Ucrania o de Moldavia, algunos llamándose quizás como yo, Stefan Lijalad o Carl Mordcovsky. Decenas de familiares desconocidos pululan en Europa del Este ingenuamente, sin saber lo preocupados que estamos los primos americanos por su suerte. Algo tontos los tipos ¿no? Pudieron habernos avisado ( “Estamos bien, vivos, todas mentiras aliadas…”), pero seguramente perdieron la agenda con los teléfonos.


Segundo. Si realmente ocurrió,¿ por qué exactamente debe ser condenado el régimen nazi? Muchos ven la cuestión desde un punto de vista diferente. Veamos.
Todo crimen es condenable, incluyendo el que cometieron los judíos asesinando a Cristo, o los que cometen a diario contra los palestinos.
Toda muerte, todo asesinato es condenable, sigue el argumento, independientemente de la cantidad de víctimas. En ese sentido, los asesinatos nazis son tan condenables como cualquier matanza (los asesinatos de los norteamericanos contra los indios, de los holandeses contra los indonesios o , nuevamente, la de judíos a árabes).
Toda muerte violenta es igualmente condenable: por ejemplo la que cometen millones de mujeres abortando.
En fin, no hay nada especial en el exterminio a los judíos que organizaron los nazis; forma parte del aciago patrimonio de la humanidad.
Por otra parte, los judíos asesinando a palestinos no se diferencian en nada de sus victimarios de ayer, así que TODOS ESTAMOS A MANO. Lamentable lo de Auschwitz, pero no muy distinto a Sabra y Chatila.

Ni la cantidad de víctimas ni los motivos son, entonces, argumentos válidos para condenar a los nazis.

¿Será posible, interrogo yo tímidamente entonces, condenar el método?: ¿No parece especialmente cruel tomar a un grupo de familias, por ejemplo, de la comunidad judía romana, en 1944, separar a hombres de mujeres y niños, meterlos en vagones de carga sin ventilación; hacer que sus excrementos se acumulen los cinco días de viaje; bajarlos en una estación gritándoles órdenes en un idioma incomprensible; separar a los que bajan en viejos y enfermos, y hombres sanos; llevar a estos últimos a hangares de desinfección, marcarlos, raparlos y mandarlos a sus cuchetas, mientras sus mujeres y niños no sufren ninguna de esas vejaciones sino que son introducidos sin mayores explicaciones en unos baños públicos para darles una ducha de desinfección, que termina con sus gritos bajo la lluvia de gas que sale de los grifos? ¿No hay algo DISTINTO, esencialmente prehumano o extrahumano en el sistema, en su planificación meticulosa? (Imaginemos al ingeniero encargado del diseño de las duchas, al químico buscando la fórmula del gas que más rápido acabe la escena de las duchas, a los constructores pensando en el modo más veloz de deshacerse de cientos de cadáveres, en fin). ¿No hay algo parecido al mal absoluto en el reciclaje de los muertos: pelos para hacer colchones, grasa humana para jabones, dientes de oro para el Tesoro del Reichbank?


Son estas, claro, solo preguntas de un ignorante de los vientos que corren.
Cada pueblo- nos insinúan- tiene modos de expresión y defensa de sus valores. El liderazgo nazi interpretó que el sentir de su pueblo era la limpieza étnica de Europa y ejecutó ese deseo oculto de generaciones germánicas. En un contexto como ese: ¿podemos juzgar a Hitler con nuestros valores de occidentales actuales?
“¿Y por qué vamos a hacerle (nos grita Izquierda Unida de España) el juego a los sionistas imperialistas masacradores de los palestinos? Que conmemoren “ellos” los sesenta años de la liberación de Auschwitz.”

Guau. Confieso que estos argumentos me dejan casi sin palabras para contrarrestarlos. Suenan casi ciertos. El problema es que son tan inmorales como sus autores, divulgadores, exégetas o promotores. Condenan al ser humano a un destino letal, amargo, seco como las órdenes de un Kapo del Lander, un destino que no vale la pena ni imaginar. Ocultan un cocodrilo enorme y cruel detrás de decenas de pequeños cerdos y nos dicen: “¿ven? Somos todos iguales! Que vamos a hacer, quizás algún día el Hombre mejore…Mientras tanto no les quitemos a los neonazis el derecho a la libre expresión. Y que los judíos dejen de rascarse la herida, porque, como dice Saramago, “YA no les tenemos más simpatía por lo que les pasó”

Qué tonto, yo.
Sigo creyendo que Auschwitz no es una anécdota cruel, un exceso, el caso extremo de una conducta común y habitual. Creo que fue un resultado de dos mil años de prédica antijudía desde el púlpito, de cientos de años de consolidación de una cultura xenófoba en la Alemania “antiliberal”, nacionalista y conservadora; de cien años de búsquedas de “soluciones finales al problema judío”, de cincuenta de los siempre populares “Protocolos de los sabios de Sión”; y por último creo que Auschwitz fue producto de una decisión implementada por el movimiento “ nacional y popular ” germánico, con apoyo del pueblo en su conjunto, en un delirante ejercicio de crueldad masiva, eficiencia e hipocresía.
Recordar sin pausa, siempre, como una letanía el horror nazi no es hacer el juego a ningún otro horror: es prevenirse permanente y constantemente, saber señalar que donde no hay límites, la conciencia civilizada debe ponerlos; saber que un pueblo puede asesinar a otro, que un niño puede ser convertido en jabón en nombre del interés de una nación, religión, raza o ideología.
Auschwitz nos obliga a repensar los límites de lo humano, ni más ni menos. Auschwitz no "le pasó a los judíos" como pretende Saramago: nos pasó a todos.
Creo, para terminar, que hay valores universales y que estos valores no pueden ser suspendidos por causas ideológicas, por razones de estado o “para defender la Revolución”.
Creo en la vieja -¡ oh ingenuo!- Declaración de Derechos del Hombre de 1789 porque creo en el Hombre, como proyecto. No creo que sea un ser absurdo que vino a matar o morir en Auschwitz, o en un Gulag, un campo de muerte de Pol Pot, en Bagdad o en las hogueras de la Inquisición, en las Torres gemelas, o en un campo de refugiados de Gaza .
Vino a ser un pequeño dios, un creador de vida - hijos, ideas, bienes-, un constructor de cada instante de su paso por la vida, angustiado siempre por la muerte que le espera al final del camino, pero aun así con fuerzas para el optimismo.
Ideas antiguas las mías.

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