miércoles, enero 16, 2008

Pilar Rahola, necesaria como el oxígeno, escribe sobre las FARC

En una conversación de hace poco con Julio María Sanguinetti, el ex presidente de Uruguay y lúcido analista me adelanta lo que será su nuevo artículo. Cuando charlamos, coincidiendo ambos en la crítica a la moral tuerta de determinados intelectuales de izquierdas, capaces de justificar todas las atrocidades de las FARC, aún no se ha producido la liberación de Clara Rojas y Consuelo González.



Tampoco conocemos las barbaridades de la madre de Mayo Hebe de Bonafini -mujer que usa su pañuelo blanco de madre de desaparecidos para mercadear en los bajos fondos de la apología del terrorismo-, ni el último alarido delirante de Hugo Chávez. Pero todo es previsible y así, leyendo ayer su artículo en La Nación,de Argentina, reflexiono sobre esa falta de sorpresa que nos producen estos tipos y que, sin embargo, siempre sorprende. Ya conocemos el relato directo de las atrocidades que sufren los secuestrados por las FARC, y nada de lo que pueda añadir a este segundo artículo sobre el fenómeno sumará más barbaridad.



Las FARC han cometido, en nombre de no se sabe qué engendros de ideas -si en algún tiempo fueron ideas con sentido, se olvidaron en los agujeros negros donde encarcelan a sus víctimas-, todo aquello que tipifica la maldad del ser humano. Han secuestrado a niños y adultos, los mantienen encadenados en condiciones infrahumanas, durante años, sin ningún atisbo de piedad, masacran pueblos enteros para crear el terror, son los garantes de la buena salud del narcotráfico en la zona y, en la cúspide del horror, sólo falta conocer los detalles de la tragedia del hijo de Clara Rojas, cuyo maltrato por parte del campesino que lo cuidaba por orden de las FARC -arrancado de su madre desde los ocho meses- era tan brutal, que llegó a estar a punto de morir.



Como escribí en mi artículo anterior, las FARC son pura maldad, la maldad que André Glucksmann tipificó, en su momento, de "nueva forma de nihilismo". Nada es respetable, nada es sagrado, nada es motivo de piedad, y así, bajo la aureola de una épica enfermiza y antediluviana, se esconden hombres y mujeres que perdieron el alma hace tiempo. Aprendices de diablos.



Pasado el momento, y con las dos mujeres liberadas intentando hilvanar su vida nuevamente, la contradicción es el sentimiento más hiriente. Sin ninguna duda, todo ser decente se alegra de la liberación de estas dos mujeres que han sufrido lo indecible, y cuyo dolor nos tendría que arañar la conciencia. Pero su liberación ¿es un triunfo de la libertad? Veamos los hechos. Una democracia sólida e histórica -me decía el antiguo alcalde de Bogotá: "Colombia es el único país de la zona que nunca fue imperio, y que nunca ha vivido en una dictadura"-, con un presidente que mantiene alta la salud democrática de las instituciones, a pesar de sufrir el acoso terrorista más importante de toda Latinoamérica, tiene que aguantar la ingerencia del presidente de otro país y el chantaje internacional con el dolor de las víctimas. Clara y Consuelo han sido liberadas, pero, más allá de ellas y sus familias, ¿quiénes han ganado esta partida? No parece que haya sido la democracia colombiana, sino más bien todos sus enemigos.



Ha ganado Tirofijo y su corte de bandidos selváticos, que han conseguido el spot publicitario de las FARC más importante de las últimas décadas. Ha ganado Hugo Chávez, cuya capacidad para defender todo lo indefendible es inimaginable. Han ganado los mercaderes de la demagogia latinoamericana más reaccionaria, cuyo ruido ensordece las palabras de los líderes de izquierdas razonables que coexisten en el continente. Han ganado los intelectuales del odio de izquierdas, sólo diferenciado del odio de derechas en que las banderas con que se envuelven parecen más amables.



Y ha perdido Álvaro Uribe, uno de los presidentes de más categoría de toda la región. Con él, sin duda, ha perdido Colombia, que ve reforzado el papel de una guerrilla que mantiene a más de 500 personas secuestradas, el 90% de las cuales anónimas, utilizadas como simple carnaza financiera. Cierro con Álvaro Mutis, aunque sólo sea como homenaje a la Colombia que vive, lucha y avanza, a pesar de los guerrilleros de la muerte: "Cada poema, un pájaro que huye del sitio señalado por la plaga

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